viernes, 26 de abril de 2024 20:31h.

#MasAllaDelaNavidad

Javier-López

La Navidad es hoy víctima de los que todo lo entregan al furor de las compras y el consumo, y los que, desde otro lado, se empeñan en imponer su versión de unas simples fiestas de invierno haciendo el juego a los que dicen combatir.

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Colocarse ante el papel en blanco cada año en las fechas de la Navidad resulta un reto importante, como si escribir sobre estos días fuera de obligado cumplimiento. Algunos articulistas desisten y comentan cualquier otro aspecto de la actualidad no relacionado con la Navidad estrictamente, algún movimiento político, algún acontecimiento internacional de relevancia, quizá un terremoto inesperado. Algunos desisten por cansancio, pereza, y por la dificultad de encontrar alguna nota distinta que vaya más allá del topicazo dulzón o de la crítica facilona. Porque es ciertamente fácil caer en estos dos extremos durante estos días.

Podemos criticar el alumbrado navideño o elogiarlo fervorosamente, porque la verdad es que la Navidad finalmente es una espectacular operación de alumbrado con fines comerciales, pero también es algo más. Algo que inevitablemente nos hila con lo más íntimo y entrañable que pueda quedar en nosotros. La eterna Navidad que llega año tras año cual reloj de cuco a recordarnos que podríamos ser algo mejores de lo que somos. Ese es el sentido más profundo y metafórico del alumbrado navideño del que, además, se aprovechan los comerciantes de regalos, turrones, pavos y lombardas.

Luego ya vendrán los cursis, los nostálgicos, los cínicos, los religiosos y los ateos a darnos su versión,  pero lo cierto es que año tras año llega la eterna Navidad con sus rutinas varias: el pavo, la lombarda, y también el paseo por la ciudad y la visita a los Nacimientos. Tradiciones muy arraigadas en nuestra tierra, donde en los pueblos las pandillas de niños siguen recorriendo las casas pidiendo el aguinaldo, los mismos chavales que semanas atrás se entregaban con fervor al Truco-Trato de ese Halloween que se ha impuesto ya como un hecho consumado. También la Navidad se americaniza, pero su fuerza es tal que siempre conserva cierto sabor entrañable a pesar de los intentos por banalizarla de los materialistas de uno u otro signo. Los que todos los entregan al furor de las compras y el consumo, y los que, desde otro lado, se empeñan en imponer su versión de unas simples fiestas de invierno haciendo el juego a los que dicen combatir. Serán días, en cualquier caso,  en los que las actividades solidarias proliferarán como setas y la recogida de alimentos y vestidos para los más necesitados alcanzará su cenit.

Todo esto es la Navidad, y lo resumimos en un portal de Belén donde nace un niño rodeado de pastores, de ángeles y de humildad. Esta es nuestra cultura y así nos lo han enseñado, más allá de la creencia íntima y personal de cada uno. El niño pobre del pesebre es finalmente el amuleto de todos estos días, el recuerdo de que las cosas más grandes solamente se pueden realizar desde el amor. Y sabemos que pasará la Navidad y que todo seguirá más o menos igual,  en las mismas tonalidades grises, a veces tirando a blanco y a veces tirando a negro. Es la vida misma en su prosaica rutina, desprovista de magia y misterio, solamente cargada de algunos momentos de felicidad que hay que saber aprovechar y sacarlos todo el partido posible. Pasará la Navidad y seguramente, a pesar del espectacular alumbrado, no nos habremos corregido ni un milímetro. Quitarán  las luces, desmontaran el espectáculo y las tiendas volverán a su ritmo habitual. Lo mismo que nosotros, guardaremos el Belén, quitaremos el árbol y la sonrisa, pondremos otra vez la cara de perro, pero creo que  no hay que desistir en el intento de decir a pulmón lleno: Feliz Navidad, y que algo quede.

Artículo publicado en La Tribuna de CLM con el título "Feliz Navidad, y que algo quede"