martes, 19 de marzo de 2024 00:15h.

En recuerdo de las mujeres olvidadas de la Generación del 27

El festival “La Poesía es Noticia” repasa con el escritor José Luis Ferris la vida de las escritoras y artistas olvidadas de la Generación del 27

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Durante una hora el autor rescató "la voz y el recuerdo de una serie de mujeres excepcionales, que demostraron un talento y una humanidad profunda y lucharon sin descanso en un mundo doblemente hostil para ellas, por defender sus ideas y por ser mujeres. Mujeres que después, tras su impagable labor, sufrieron el olvido y el desprecio"

Al escucharlo, inevitablemente, acuden a la memoria las clases de lengua y literatura del instituto. En mi caso particular, solo hubo profesoras. Fueron mujeres las que me hablaron de las Vanguardias y del Madrid de aquellos años. Duele incluso más. ¿Cómo explicarse estas ausencias? Ferris lo expuso con claridad. Tras la Dictadura, acabados los exilios, “la obra de ellos volvió, se reconoció y se incluyó en los libros de texto, algo así como el instrumento de la Historia oficial para perpetuarse. Los nombres de ellas siguen sufriendo un injusto silencio”.

El ejercicio es muy sencillo. Un manual cualquiera. El que anda por casa. Lengua Española de 1º de Bachillerato de la editorial Anaya, de Fernando Lázaro y Vicente Tusón. Lecturas escogidas: Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró, Ortega y Gasset, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda… ¿Dónde están ellas?

María Teresa León, Zenobia Camprubí, Concha Méndez, Maruja Mallo, Ernestina de Champourcí, Margarita Gil Roësset, María Zambrano, Rosario de Velasco, Josefina de la Torre, Remedios Varo, Rosa Chacel, Margarita Xirgu, Margarita Manso, María Goyri, Ángeles Santos, Margarita Nelken

Muchas, recuerda Ferris, “no alcanzaron el reconocimiento porque el hombre que tuvieron a su lado se llevó todas las medallas y mieles”. Es el caso, probablemente uno de los más paradigmáticos, de María Teresa León, de quien el escritor ultima una biografía que verá próximamente la luz. “María Teresa León sería hoy mucho más valorada como escritora si no hubiera sido la compañera de Rafael Alberti. O María Goyri, de no haber sido la esposa de Menéndez Pidal”, subraya. Y las define con una metáfora tan poética como punzante: “Fueron simples colas de cometa cuando en realidad ellas solas ofrecían luz propia”.

Es también la  historia de Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez. “Prefirió ser la mano, lengua, pie, enfermera y chófer del gran poeta y gran neurótico Juan Ramón Jiménez antes que dar a conocer la extensión de su talento. Y el Nobel, que acaso ella merecía, fue para su hiperestésico marido”. Un hombre que, recordaba el escritor alicantino, “no tuvo ni el detalle, tan ocupado como estaba en sus obsesiones y miedo a la muerte, de acompañarla a Nueva York cuando fue operada de cáncer”.

Las Sinsombrero

Ellas, pintoras, poetas, novelistas, actrices, filósofas, escultoras… fueron mujeres transgresoras, pioneras. La generación de Las Sinsombrero, las mujeres que decidieron quitarse en público esa prenda de la cabeza, obligado símbolo de distinción. Había que salir a la calle con guantes y sombrero porque eran mujeres decentes.

A Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Lorca, en plena Puerta del Sol, les dijeron de todo, los apedrearon cuando se quitaron el sombrero, rememora Ferris. “Concha Méndez, Margarita Manso y Maruja Mallo llevaron la transgresión social y artística hasta sus últimas consecuencias”, recalca. Entraron en cafés y tabernas restringidos a las mujeres, practicaron el nudismo y el deporte o se travistieron para poder acceder a lugares sagrados como el monasterio de Silos, cuya visita estaba prohibida entonces a las mujeres. El monasterio de Silos, ese del ciprés al que Gerardo Diego le escribió un poema que tuve que memorizar en Secundaria. El “chorro que a las estrellas casi alcanza” no podían verlo las mujeres.

Estas mujeres irrumpieron en el mundo masculinizado de la cultura y las artes. En un tiempo en el que prohombres de la patria, como Gregorio Marañón, pensaban que si es que tenían que trabajar, porque las mujeres están ante todo hechas para ser madres, y deben serlo por encima de todo, podían ser maestras o enfermeras pero no debían “nunca entrar en las profesiones políticas o jurídicas”. Otros fueron todavía más lejos. Ferris escoge también palabras de otros ilustres de la época como el médico Nóvoa Santos, quien pensaba que los casos de mujeres con inteligencia y talento eran un “error antinatural, algo monstruoso, poseedor de caracteres sexuales secundarios de tipo masculino”, mujeres que tendrían exceso de pelo. O el parecer de eruditos como Edmundo González Blanco, para el que “las mujeres excepcionales eran sencillamente hombres, dánse errores en la naturaleza y algunas veces los sexos están mal distribuidos”.

“La Verbena” de Maruja Mallo (1927)

José Luis Ferris resalta la figura de María Teresa León que, además de su talento literario, mantuvo un fuerte compromiso y actividad en los años de la guerra, “llevando la cultura a los frentes en lo que se llamó las guerrillas del teatro, utilizando como escenario el camión que los transportaba” o gestionando la evacuación de los cuadros más importantes del Greco y telas del Museo del Prado ante las amenazas de bombardeos. María Teresa permaneció 38 años en el exilio, en Buenos Aires y en Roma. Allá, cuenta el alicantino, escribió: “Estoy cansada de no saber donde morirme”. Y probablemente nunca lo supo porque, como recuerda Ferris, cuando regresó a España ya estaba enferma. “Había perdido la memoria, no sabía a qué país volvía, tenía los recuerdos muertos y acabó sus días en un geriátrico en medio de toda la soledad de la tierra”. Murió el 13 de diciembre de 1988. Para ese entonces, su marido, Rafael Alberti, ya era amante de la joven Beatriz de Amposta.

El laureado poeta gaditano también mantuvo en su juventud una relación de cinco años con la excepcional y deslumbrante Maruja Mallo, a quien Ferris, en su biografía de 2004, califica como “la gran transgresora del 27”. “Maruja se consideraba ante todo una artista, que se unió a otros artistas para llevar a cabo una revolución cultural. Así entendió su amistad con Dalí, Buñuel y Lorca. Siempre fueron un cuarteto”. La obra de Maruja influyó, se influyeron mutuamente, en poemas de Alberti o de Miguel Hernández. Fueron idilios muy fértiles en lo artístico, reconoce el escritor. Sin embargo, fue en septiembre de 1985, en un artículo publicado en El País, cuando el poeta de Marinero en Tierra habló de esa influencia. “Pues no esperó años para reconocer lo que había significado Maruja Mallo en su vida”, lamenta Ferris. Mallo, que se codeó en el exilio con Picasso, André Breton y que llegó a ser un referente del surrealismo en Nueva York, destaca, fue la única persona que expuso su obra en los salones de la Revista de Occidente que dirigía Ortega y Gasset. Nunca más se abrieron a ningún otro artista.

Maruja Mallo murió el 6 de febrero de 1995 en el mismo geriátrico donde años atrás fallecía María Teresa León. Borrada de la historia. Sin reconocimientos. “Su muerte puso punto y final a una de las artistas más adelantadas, libres y visionarias y, si acaso, a una de las pocas mujeres que pudo vivir prescindiendo del hecho físico de ser mujer, de la mediocridad y de las ataduras mentales de su época”.