jueves, 25 de abril de 2024 00:05h.

Muerte de Rita Barberá

Rita Barberá: La última desahauciada de la política española

Rita Barberá represena lo mejor y lo peor de un tiempo político que finiquita, que comenzó a finiquitar con la abdicación de Juan Carlos I.  Ahora estamos en época de mudanza, con los peligros que conlleva, y Rita Barberá, la última deshauciada de la política española, se lleva un montón de claves de los últimos cuarenta años.

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Un texto de Mayte Alcaraz

Campanitas en mi teléfono y dolor en su barriga. Quien llama con número oculto es ella, Rita Barberá, veinticuatro años de alcaldesa reducidos a un género televisivo basado en descuartizarla asida al Louis Vuitton que le regaló El Bigotes. Antes de contestar me malicio dos cosas: que la conversación -pinchazo judicial mediante- tendrá más de dos oyentes y que, al otro lado de la línea, la Rita reivindicativa reclamará para sí la presunción de inocencia que reciben los asesinos en serie hasta que son sentenciados. No es la primera vez que se lo pide a la periodista que la entrevistaba en las maduras y que, en las duras, es implacable en ABC y en las tertulias con el descontrol en su grupo municipal y con su inexistente ejercicio «in vigilando».

«La dignidad es lo que me queda y la voy a defender por encima de cualquier conveniencia. Me queda solo eso. Defenderla ante quien sea».

La sustancia de diez minutos de conversación fechados en el pasado marzo es esa frase que repite la fallecida senadora cuando ya barrunta que lo del matrimonio con el PP, en la salud y en la enfermedad, en la alegría y en la tristeza, era solo para los buenos tiempos de las mayorías como churros.

- «¿Alguna conversación con Rajoy?»

- «Me ha llamado, pero no le quiero liar...»

Pocos días después, uno de los jóvenes escuderos de su amigo Mariano, Javier Maroto, la llamará públicamente indigna y le exigirá que devuelva el carné y que se convierta en lo que finalmente fue, una sin techo de la política, aunque muriera en un hotel muy fino a escasos metros de las Cortes.

Otra vez suena el teléfono y, como dos meses antes, se muestra cauta en lo judicial, porque se teme espiada, pero implacable en lo político. Lo de menos es Maroto («que se vaya a Eurovisión», ironiza sobre el vicesecretario del PP que acababa de asistir en Estocolmo al festival de la canción); lo de más es que -está convencida- desde sus filas se ha filtrado su declaración ante la Comisión de Garantías y en las televisiones que la zurran «están dándolo a todo trapo». Ella identifica a una altísima responsable del Gobierno, próxima al grupo de comunicación de esa cadena, como responsable de la cacería mediática. Pero evita pronunciar su nombre; las paredes de Moncloa y del CNI escuchan.

Porque Rita, farruca y vehemente, disparaba públicamente contra los imberbes que le habían quitado protagonismo en Génova a «su amiga» Cospedal pero en privado señalaba a enemigos domésticos mucho más poderosos. Ella, tan ruidosa, criticaba en voz baja al PP de José María Aznar y Esperanza Aguirre. «Ahora resulta que todos los males vienen de Valencia, pero ¿en qué Comunidad y con qué presidente o presidenta empezó la Gürtel?» Barberá no esperaba respuesta. Ni falta que hacía.

Según fueron pasando los telediarios y el cuarto de siglo que cambió Valencia fue triturado en la picadora, la proactiva senadora dejó de llamar y optó por los sms. Marchó del PP pero no del escaño. Y apuntó así a las razones para no desprenderse del aforamiento:

«Dicen que estoy aforada porque quiere Rajoy y es absolutamente mentira. Soy aforada porque soy senadora autonómica. Parece que la única aforada de España sea yo y hace 40 años que hay miles de aforados. Me gustaría que les pidieran las cartas de renuncia al aforamiento a todos los diputados y senadores de Ciudadanos».

La obsesión ignorante de Rivera conmigo es enfermiza. Son tan paupérrimas sus propuestas (que no existen) que parece que solo me tiene a mí en su mente.

Divorcio y matrimonio

Vivió para ver que, a la vuelta del verano, su amado PP firmó con su enemigo Albert, el que le quitó un puñado de votos que la despojaron del Ayuntamiento de Valencia, hoy en manos de sus aborrecidos antisistema, un acuerdo que permitía a Rajoy permanecer en La Moncloa.

Su doloroso divorcio con el PP coincidía -ya es mala sombra- con la boda de conveniencia con C’s. Cuando el Supremo la mandó llamar, se vistió de carmesí y negro, se tatuó la muerte en la cara y, colgada del brazo de su sobrina Rita y colgando del suyo un Loewe que no le regaló El Bigotes, se defendió de la acusación de haber blanqueado 1.000 euros de donaciones ilegales y volvió al silencio, solo roto por las carcajadas de su sobrina-nieta, grabadas en su móvil.

- «¿No es hora de irse con la familia y asumir su responsabilidad?»

- «No. También por mis venas corre tinta de periodista. Ni un minuto para la indignidad

(Murió sin saberlo pero los diputados de Podemos, Pijoapartes muy diferentes al de la «Teresa» de Marsé, comprimieron ayer en un minuto toda la indignidad).