viernes, 29 de marzo de 2024 00:01h.

Iglesias y Errejón: lo peor de la vieja política, pero con tuits

Nadie les quitará el mérito a los dos líderes de ser directos y sinceros, pero supongo que el simpatizante de Podemos prefiere que su formación se convierta en alternativa real

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Podemos ha hecho lo más difícil: pasar de ser una formación extraparlamentaria a convertirse, de facto, en líder de la oposición al Gobierno por incomparecencia del PSOE. Justamente ahora, cuando llega la hora de la verdad, empiezan a aflorar todos los problemas de organización que genera un movimiento asambleario como el suyo. Podemos es prisionero de su propio éxito: aquello que lo ha encumbrado y lo ha hecho aparecer ante la opinión pública como un partido diferente al resto de formaciones es lo que parece que le va a impedir ahora transitar con paz y armonía en esta nueva fase.

Los partidos tradicionales, “la casta” en el argot podemita, tienen muchos defectos y los liderazgos mesiánicos son uno de ellos. Pero aunque estos liderazgos muchas veces son poco democráticos, ofrecen a los partidos una organización piramidal sin fisuras que les brinda éxitos electorales. Y si no que se lo pregunten a la CDU sobre si es una ventaja o no tener líderes como Helmut Kohl o Angela Merkel, o lo mucho que lo ha disfrutado el PSOE cuando tenía a Felipe González o Convergència cuando tenía a Jordi Pujol.

¿Un partido tiene que ser una formación antidemocrática sometida al férreo control de un líder? No. O mejor dicho, sería mejor que no. Pero tampoco puede ser una olla de grillos en la que no haya una voz con poder real en la dirección y donde las distintas agrupaciones puedan hacer lo que les venga en gana según el contexto político que tengan. Hace muchos años que se hace política en el mundo civilizado y aunque, a veces, aparecen voces que pretenden descubrir la sopa de ajo, ciertamente nunca ha habido una formación que haya marcado una línea sin tener un liderazgo claro. Siempre hay un gran líder detrás de un gran partido.

Valga todo este preámbulo para evaluar la situación que está viviendo Podemos en este momento, enzarzado en una guerra transparente entre sus dos líderes, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, para ver quién impone sus tesis. Escribimos “transparente” porque es cierto que la nueva política de la que hacen gala Errejón e Iglesias lo es totalmente. Sus tuits son directos y contundentes como en la última campaña electoral en la que el candidato Iglesias decía que para lograr sus objetivos tenían que provocar temor: “El día que dejemos de dar miedo a los sinvergüenzas, a los corruptos, a los responsables de la desigualdad…, ese día no tendremos ningún sentido como fuerza política”. A los pocos minutos, Errejón replicaba: “A los poderosos ya les damos miedo, ese no es el reto. Lo es seducir a la parte de nuestro pueblo que sufre, pero aún no confía en nosotros”. Y así hasta ahora. Son jóvenes, modernos y juegan con las redes, pero… ¿hace falta?

Nadie les quitará el mérito a los dos líderes de ser directos y sinceros, pero supongo que al simpatizante de Podemos, más allá de valorar su transparencia, lo que le gustaría es que su formación realmente diese un paso adelante y fuese una eficaz máquina de transformación social y no un vodevil de luchas intestinas. Como dicen los dirigentes de Podemos para defenderse de estas acusaciones, alguna prensa hostil magnifica sus diferencias. Es cierto, pero ellos no dejan de fomentar el caldo de cultivo para que los retraten diariamente.

Los electores han castigado siempre las desavenencias internas de los partidos. Lo han hecho en los tiempos de la vieja política y nada hace pensar que no lo vayan a hacer con la nueva. Iglesias y Errejón tienen una grandísima oportunidad para aparcar sus diferencias y convertir un movimiento popular en una formación que pueda ser alternativa real de gobierno en España. Se les pide que hagan una política diferente y las peleas de sus dos dirigentes no lo son. Aunque sea mediante tuits.

Los que peinan canas se acordarán de las fuertes desavenencias que hubo en su día entre Felipe González y Alfonso Guerra cuando el PSOE ganó las elecciones por mayoría absoluta en 1982. Guerra no quería ir al Gobierno de ninguna de las maneras y quería controlar a los Boyer, Solchaga, etcétera, desde el partido. Al final, acabó aceptando ser el vicepresidente de González y duró muchos años. Allá había un liderazgo claro: González. Y al PSOE no le fue mal.

De cara al próximo Consejo Estatal Ciudadano (máximo órgano del partido entre congresos) que se reúne el próximo sábado sería bueno que las dos partes pensaran bien sus movimientos. El congreso del partido, previsto para febrero, puede acabar siendo una batalla campal entre dos liderazgos en lugar de un foro de reflexión para preparar el asalto a los cielos (gobernar algún día España). Iglesias y Errejón tienen la palabra.