viernes, 29 de marzo de 2024 11:22h.

La ola populista pone a la defensiva el proyecto de unidad europea

De izquierda radical o de extrema derecha, crecen los partidos que proponen acabar con el sistema

van-der-bellen-kYxG--620x349@abc
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Las cuentas de Twitter de la mayoría de dirigentes europeos o sus portavoces recibieron este domingo con un alivio nada disimulado el anuncio de la victoria del austriaco Alexander Van der Bellen en las elecciones a la presidencia de la República. Era la primera vez que los malos augurios no se veían confirmados y que, al menos por un breve intervalo, podían anunciar que es posible contener la cascada de victorias del populismo, tanto de derecha como de izquierda, en los distintos países europeos. La cuestión mantiene a las instituciones comunitarias en una situación de zozobra, sobre todo después del inesperado triunfo del Brexit, que puede considerarse como el primer episodio de esta amarga saga que está poniendo a prueba la solidez del proyecto comunitario. Aunque las estadísticas señalan claramente el fin de la crisis y el inicio de una sólida recuperación económica, las sociedades europeas sucumben al miedo a la globalización, a la llegada de extranjeros y al terrorismo de origen islamista.

En los últimos años se está dando en Europa una tendencia que no se conocía en la historia del proyecto comunitario. En varios Estados miembros, el gobierno ha entrado en conflicto directo con las autoridades europeasen asuntos en los que enarbolan su independencia a la hora de interpretar el estado de derecho y los fundamentos de los valores democráticos. En Polonia, Hungría, Grecia u Holanda se han organizado o se plantean referendos nacionales con la clara intención de sabotear la política colectiva de la Unión, ya sea aprovechando la ratificación de nuevos tratados o a veces poniendo en duda implícita o explícitamente decisiones europeas, como la las reglas de Schengen, la acogida de refugiados o incluso la creación de una moneda propia para abandonar el euro.

En Bruselas mientras tanto no tiene muy claro como interactuar con unas sociedades de las que apenas saben que reaccionan a veces con cierta urticaria al concepto que el nombre de la capital europea representa para ellos.

Aunque es evidente cuál sería su opción en estas diferentes consultas, desde la Comisión Europea son conscientes de que la participación de algún comisario en la campaña electoral sería probablemente más contraproducente que otra cosa. La única vez en la que el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, se ha involucrado en un referéndum nacional, en el que convocó en 2015 el populista Alexis Tsipras sobre el plan de rescate que le imponía el Eurogrupo, la experiencia fue desastrosa. Juncker amenazó a los griegos con todos los males si votaban en contra de ese plan y una mayoría aplastante lo rechazó. Y, para acabar de empeorar las cosas, puesto que el plan era el único posible, Tsipras tuvo que acabar aceptándolo, también en contra de la voluntad expresada por una mayoría de los ciudadanos.

La Comisión había empezado esta legislatura con la idea de hacer algo para acercar a los ciudadanos a las instituciones y lo hizo promoviendo mecanismos de iniciativa legislativa. Uno de esos mecanismos fue utilizado en Holanda por un grupo antieuropeo para intentar boicotear la ratificación del tratado de asociación con Ucrania. Un tratado que ha sido ratificado por todos los demás países y que a los ucranianos les ha costado una guerra y la pérdida de la península de Crimea, está en el aire a causa de la eficacia de un grupo minoritario de activistas antieuropeos.

«En Francia, Hungría u Holanda hay partidos que pueden llegar a pensar que si esto le ha funcionado a Trump, también les puede funcionar a ellos»

El eurodiputado francés Alain Lamassoure lo explica muy gráficamente en un vídeo que ha difundido en internet y en el que viene a decir que si los gobiernos nacionales no paran de culpar a Bruselas de las decisiones que han tomado ellos mismos en el seno del Consejo, es lógico que los ciudadanos acaben culpando a Europa de todos los males.

Las instituciones económicas globales, como el FMI, alertan también de que los mayores riesgos que vive Europa son de naturaleza política. El espectro de la influencia del populismo en grandes países, como Francia, Italia o incluso en Alemania, constituye un factor de incertidumbre muy acusado. Los inversores o las empresas multinacionales son capaces de adaptarse a múltiples entornos diferentes, pero lo que no soportan es la incertidumbre y menos la incertidumbre política. Y el populismo está haciendo que esa incertidumbre se extienda en Europa. Se ha visto con la negociación del tratado de libre comercio con Canadá y muy probablemente se verá cuando las presiones de los activistas antiglobalización y los nacional populistas hagan imposible firmar un acuerdo similar con Estados Unidos.

Pero lo más importante que se ha producido en Estados Unidos en relación al fenómeno del populismo en Europa ha sido la victoria de Donald Trump. Sebastian Santander, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Lieja es de los que cree que muchos partidos europeos de ultraderecha van a seguir el ejemplo de Trump y proponer a los ciudadanos alternativas rupturistas y, sobre todo, alejadas de lo que hasta ahora se ha considerado como lo políticamente correcto. «En Francia, Hungría u Holanda hay partidos que pueden llegar a pensar que si esto le ha funcionado a Trump, también les puede funcionar a ellos».

El peor escenario para los analistas de Bruselas es una alianza entre Trump y el autócrata ruso Vladimir Putin, que por otro lado, se encarga de financiar directa o indirectamente a muchos movimientos populistas europeos.

Ocasión para reforzar la UE

Sin embargo, fuentes de la presidencia de la Comisión Europea aseguran que «frente a este aislacionismo de Trump hay comisarios que creen que es una ocasión para reforzar a la UE y para atraer a otros países que se ven abandonados por EE.UU». Por ahora, el envés amable de la moneda es ese: la puesta en marcha de la construcción de una defensa europea no había sido posible ni siquiera como concepto antes del Brexit y antes de la llegada de Trump al primer plano de la política.

Ahora una Europa estable y dentro de la corriente del mundo, es decir, asumiendo la globalización dentro de lo posible, podría ser un formidable pilote de estabilidad para el mundo. El problema es que en Europa hay cada vez más fuerzas dispuestas a dinamitar sus cimientos que aquellas que están dispuestas a luchar por salvarla.