#Coronavirus: anatomía básica
ENS-Actualidad
Su alcance metafórico es ,por el momento, de lo más ilustrativo, como una señal inequívoca de unos tiempos confusos en los que la libertad proclamada a los cuatro vientos se nos va al final, necesariamente y por la cuenta que nos trae, en miles de precauciones anticontagio y en desinfectarse las manos sin cesar, ejerciendo así casi nuestro único poder frente a su devastación brutal. Es el coronavirus el síntoma evidente y malvado de un tiempo contradictorio en su configuración más íntima.
El coronavirus se extiende imparable como una rara enfermedad incrustada en el propio ADN de un tiempo tendente a las mutaciones y la falta de autenticidad. Sin embargo, es una pandemia más de las que han asolado la historia de la humanidad. No sabemos hasta dónde llegará ni cuál serán finalmente sus consecuencias. Nos movemos entre el optimismo -,decreciente a medida que pasan las terribles horas,- de una gripe gamberra pero pasajera y el apocalipsis total. Algunos vaticinan ya que el virus se llevará por delante el capitalismo y otros prefieren pronosticar un resfriado curable aunque devastador.
El asunto se pone negro. Tendremos varias semanas de incertidumbre total. El espíritu festivo y primaveral de España sufrirá uno de sus peores correctivos, y los veremos en las fallas o en las procesiones de la Semana Santa. Los colegios cierran, el parón en la actividad económica es casi total, el confinamiento de la población absoluto. Solamente hacen su agosto los jabones y los productos desinfectantes, además de las mascarillas.
El coronavirus ha llegado sin avisar y amenaza con hacernos un roto importante. Algún día sabremos cuál es su origen, y confiamos en tener pronto una vacuna. Su alcance metafórico es ,por el momento, de lo más ilustrativo, como la señal inequívoca de unos tiempos confusos en los que la libertad proclamada a los cuatro vientos se nos va al final, necesariamente y por la cuenta que nos trae, en miles de precauciones anticontagio y en desinfectarse las manos sin cesar, ejerciendo así casi nuestro único poder frente a su devastación brutal. Es el coronavirus el síntoma evidente y malvado de un tiempo contradictorio en su configuración más íntima.
Pero mientras pasa o no pasa, hasta los más estrictos partidarios de privatizarlo todo, cantan un magnifico "aleluya" por tener una sanidad pública que se hace cargo con rigor de solventar estas situaciones, hasta más allá del agotamiento, sin mirar precios ni bolsillos. Todos mirando al personal sanitario como a los salvadores de la patria amenazada por el apocalipsis incierto. Ellos y ellas, con unas unidades del Ejército también ejemplares, serán soldados imprescindibles en esta batalla que es un drama mundial.
En unos meses estaremos en condiciones de calibrar el verdadero alcance del coronavirus y hasta donde ha resquebrajado nuestro sistema de vida, además de nuestro entramado productivo. Veremos si las aguas benditas vuelven a las pilas de las iglesias o son desterradas para siempre por antihigiénicas. Las fallas no arderán, a pesar de su poder purificador, y los besos se reducirán al mínimo durante muchos meses y, cuando puedan ser, serán de lo más profilácticos, con abstinencia total de tornillos. El coronavirus, que finalmente será atajado por la ciencia, está haciendo de las suyas en nuestra disposición básica, alegre y bullangera. Algún día lo recordaremos como una gran tormenta que puso en jaque nuestros usos y costumbres cuando nadie se lo esperaba a pesar de que los tiempos, tan convulsos y cambiantes, fueran propicios para que algo así ocurriera.
@NuevoSurco
Texto tomado y actualizado a partir de la columna publicada en grupo Promecal