viernes, 29 de marzo de 2024 00:05h.

Metidos en una botella (y V)

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El relato antes que la información. Es el gran peligro de la dictadura de las verdades a medias,  sin la mitad restante y cada uno con la suya

Imagen Metidos en una botella (y V)
Imagen Metidos en una botella (y V)

Y son muchos atardeceres ya. Los atardeceres pesan pero alivian. El aplauso de las ocho es la rutina diaria que nos ayuda a visualizar la interconexión de los hogares confinados. El aplauso es ya a la luz clara de un día declinante pero aún luminoso. Parece como si hubiera pasado una eternidad desde aquellos primeros, fríos y casi nocturnos. Los grupos de whatsapp flojean y languidecen. Aún algún chiste como el del pingüino que recibe un manotazo de escándalo de otro de su manada cuando comienza a cantar el “Resistiré”. –“Cállate ya, coño”, le espeta y le da un sopapo que le deja helado, como no puede ser de otra forma y mirando a Utrera. Comienza a surgir una corriente que postula la sustitución del “Resistiré” por el “Ya no puedo más” camilosextero.

La ciudadanía, la rural y la urbana, está cansada. Se nota en las redes y se nota en el humor. La pandemia se ha llevado ya  más de veinte mil almas. La cifra es escandalosa, y la contabilidad deficiente. No es una exclusividad nuestra. En Wuhan, epicentro inicial de la catástrofe, se ha elevado un cincuenta por ciento la cifra oficial de muertos. ¿Estaremos rondando los cuarenta mil? Quien sabe, y los que deben saber relatan más que cuentan.

Es el tema de  la información.  Me enseñaron en mi facultad: sin información libre no hay democracia, sin información veraz no es posible una sociedad sana. Por tanto, necesitamos libertad y responsabilidad, ambas cualidades plasmadas a un tiempo en cada noticia, en cada tuit, en cada reenvío. Pero hoy separar el trigo de la paja en el impetuoso mar del intercambio de datos es tarea titánica, imposible. Estamos fatalmente contaminados. No sabemos donde termina un influencer ocurrente y donde comienza un periodista riguroso. Donde  termina el tertuliano borrascoso e interesado y comienza el analista fino y clarificador. Nuestro oficio está hecho trizas,  lo está desde antes de la pandemia.

Es en ese hábitat podrido donde crece el bulo como hongo venenoso  en una sociedad descuajeringada y temerosa. Pero es también ahí donde los gobiernos sucumben a las peores tentaciones, y lanzan al aire desde instancias oficiales perlas que son torpedos en la línea de flotación de esa sociedad que pretendemos que sea democrática: “¿Habría que restringir y controlar las informaciones, estableciendo solo una fuente oficial de información?” Pregunta de CIS que nos dejó atónitos. “Posiblemente nos equivocamos”, reconoció, después, José Félix Tezanos. Solo posiblemente, y te queda la sensación de que Tezanos te está esperando con otra en la próxima esquina. Pero Tezanos es Sánchez o es Iglesias.

Y, sin embargo, estamos obesos de bulos y de basura mediática. El gran peligro es la dictadura de las verdades a medias, cada uno con la suya y sin la mitad restante;  y el peligro del triunfo de los tecnócratas sin alma que llegarán más pronto que tarde ante la conversión de las ideologías en baratijas de mercadillo, combustible explosivo para las jaurías digitales que se dan dentelladas con furor en los foros virtuales a costa de una ciudadanía confinada y cada día menos informada. Ese es el gran peligro, porque las dictaduras comunistas no existen ya ni en China, donde el partido de la hoz y el martillo gestiona férreamente un capitalismo frío y salvaje.

Claro que esto no hay gobierno que lo resuelva ni alto mando de la Guardia Civil que se aclare. “Trabajamos para minimizar el clima contrario al gobierno”. Entonces es cuando te pones a temblar, aunque José Manuel Santiago, jefe del Estado Mayor de la GC, que parece un buen hombre, ha terminado emocionado ante los aplausos de sus compañeros que le apoyan. “Lo primero son las personas, no hay ideologías”, ha dicho. No hay ideologías, hay dentelladas. Y hay un gobierno en España de ideología variable que da algunos y peligrosos palos de ciego.

Mientras tanto, la mascarilla se ha convertido en el amuleto que nos promete de alguna manera que de esta saldremos algún día, aunque sea para vivir una vida muy a medio gas, sin besos ni caricias, ahogada la espontaneidad en un sinfín de precauciones sanitarias y con una mascarilla que no sabremos si será fake o no. Pero sabremos entonces, porque lo estamos asimilando estos días, que no hay que sobarla para ponérsela, ni colocársela de bufanda ni de sombrero. Tampoco taparse la boca con ella. Sabremos que no pueden compartir la misma varias personas ni quitársela para hablar ni para toser Tiempo habremos tenido para aprenderlo.

@NuevoSurco

Texto publicado en Grupo Promecal

Imagen El Roto