viernes, 19 de abril de 2024 00:02h.

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EL mundo agrario se sumará al feminismo para protagonizar la gran revuelta de los próximos años en un tándem poderoso

Imagen agricultores al límite
Imagen agricultores al límite

Los tractores llegan a las ciudades. Los agricultores y ganaderos españoles dicen “Basta” y ahora parecen decididos a llegar lejos. Habrá manifestaciones por varios puntos de la geografía nacional y culminarán en la capital. Podría ocurrir que el mundo agrícola entre en ebullición y se convierta, junto con el de las mujeres (grandes sostenedoras, por otra parte, del agro español), en la gran revuelta de las próximas décadas. Feminismo y ruralismo unidos en una de las simbiosis sociales más poderosas que se han conocido.

Se trata de reivindicar lo primario. Si no se cultiva no se come, si no hay agricultura no hay vida, si el campo no produce la ciudad no puede vivir. Pero la agricultura se ha convertido en la gran superviviente de la era tecnológica. En el espacio europeo vive de milagro, malvive a pesar de todo y de todos. En España, hasta hace poco más de cincuenta años, un país basado en la actividad agrícola, la agricultura se ha convertido en la cenicienta de todos los gobiernos. Solamente en comunidades como la de Castilla-La Mancha, con una actividad agraria tan abrumadora en su economía, se percibe una presencia notable de lo agrícola en la agenda diaria de los políticos.

Los agricultores dicen “Basta” y lo hacen con todas sus consecuencias. Veremos hasta donde son capaces de llegar. Las tractoradas están garantizadas en el centro de algunas ciudades importantes. ¿Llegarán a la Castellana? Los tractores como símbolo mecanizado de una agricultura que muere en la edad tecnológica. Mejor dicho, muere la actividad agraria en Europa, el agricultor tratado con dignidad y dignamente remunerado. A cambio, se potencia un mercado injusto, supuestamente globalizado, donde el agricultor local queda arrinconado en la más absoluta miseria.

Los ejemplos están claros. Solamente hay que pensar en términos de naranjas o de patatas. Lo que se le paga al agricultor por un kilo, lo que nos cobran a los consumidores en el mercado por esa misma cantidad. En el medio de ese camino, un ejército de intermediarios y acaparadores que son los que se llevan la mayor parte del pastel. Pero el desequilibrio brutal entre lo que se paga en origen y lo que ganan las grandes cadenas de distribución no es todo el problema. Si lo pensáramos así sería excesivamente reduccionista, tanto como pensar que los problemas del campo extremeño se reducen a que algunos pequeños agricultores no podrían asumir el SMI. Conviene no coger el rábano por las hojas.

Existen multitud de problemas que han colocado la agricultura al borde de un agujero negro. Las naranjas sudafricanas son un ejemplo muy significativo. Asistimos a  una auténtica invasión de productos tan ajenos a la UE como ajenos, también, a las garantías sanitarias y laborales que se exigen en el espacio europeo. Las exigencias en nuestro espacio son altas, y ese es nuestro sello de calidad europeo, y debería serlo cada vez más: sostenibilidad, respeto al medio ambiente y a los derechos sociales y laborales, pero si al mismo tiempo se admiten productos cuyos costes son mucho menores porque no llevan el sello de esas garantías, estamos metiendo al mundo agrario en una trampa de muy difícil salida.

Tenemos el caso de la miel, que últimamente resulta de lo más ilustrativo. Los apicultores se arruinan porque en el mercado, de la mano de las grandes distribuidoras, se introducen derivados sintéticos, sucedáneos de escasa calidad, glucosas fabricadas en China, que finalmente son un fraude en toda regla para los consumidores y un agravio bestial para la esmerada apicultura española. Si a ello sumamos la creciente desaparición de las abejas por el cambio climático, se termina de cerrar un círculo infernal para este sector.

De manera que la revitalización de la España vacía, que sí que ha entrado con fuerza en la agenda de todas las administraciones, pasa por la revitalización del entramado rural, que no será posible solamente fomentado los valores turísticos o creando facilidades tecnológicas con las que trabajar “para la ciudad” desde estos lugares. Pasa por un pacto por la agricultura tan ambicioso que no puede ser abordado a nivel autonómico, ni siquiera a nivel nacional. Tendrá que ser la UE, tan ocupada en otros asuntos, la que preste atención a sus zonas agrarias y de qué manera quiere abastecer la cesta de la compra, porque por mucho que avance la tecnología, en la era de la digitalización sigue en píe que para vivir hay que comer, y para comer hay que cultivar. Cómo y de qué manera es la cuestión.

@NuevoSurco

Artículo publicado en Grupo Promecal