viernes, 29 de marzo de 2024 00:10h.

El Schindler español

Sánz Briz, una historia española contra el holocausto

Julio Martín Alarcón estudia las grietas en la maquinaria del Holocausto que permitieron que el diplomático salvara a miles de judíos en Budapest

Hay un viejo debate sobre Ángel Sanz Briz, el diplomático que salvó a miles de judíos en Budapest. ¿Fue un héroe solitario o sólo un profesional que cumplió las órdenes de sus superiores? Sus superiores franquistas, claro... Julio Martín Alarcón, autor de El ángel de Budapest (Ediciones B; mañana, presentación en Madrid), el nuevo estudio de los años húngaros del embajador, cree que no hay que darle muchas vueltas: Sanz Briz actuaba con el permiso de Madrid, "porque hubiera sido inimaginable que, en una dictadura, un funcionario desobedeciera la disciplina". Por eso y porque a España, en ese momento, le convenía estar del lado de los buenos. Pero la información, la audacia, la capacidad para soportar la presión y el talento para engatusar fueron asunto suyo. ¿Actuó con la razón de Estado o con la razón moral en la cabeza? "Las dos ideas al mismo tiempo".

El ángel de Budapest no pone el énfasis en las relaciones de Sanz Briz con Madrid, como hacía En nombre de Franco, de Arcadi Espada. Lo que importa, esta vez, es la imbricación del diplomático en la Hungría de 1944. ¿En qué país aterrizó? ¿Cuáles eran sus fuentes de información? ¿Cuáles sus coartadas? ¿Quiénes fueron sus interlocutores del lado de la Solución Final? ¿Quiénes le ayudaron?

Lo primero que hace Martín Alarcón es explicar qué extraño país era Hungría en 1944. "Hungría había vivido un episodio revolucionario en 1919 que había asustado mucho al país y lo había decantado a una regencia dirigida por Miklós Horthy, antibolchevique y muy nacionalista. Sin embargo, conservaba rasgos de una democracia". El sistema tuvo el respaldo suficiente para sobrevivir hasta que llegaron a Alemania los nazis. Horthy compartía con ellos algunos puntos de vista pero también los despreciaba como a nuevos bárbaros. Su dilema era dramático pero tentador: ¿debía ver en la nueva Alemania un régimen afín y entrar en su dinámica expansionista? ¿O debía marcar las distancias?

Igual que Franco en España, Horthy jugó a la ambigüedad. Fue nazi para lo bueno (recuperar los territorios perdidos en el Tratado de Trianon, "la obsesión nacional"), pero no para lo malo. Conservó la independencia, ocupó Kosice y media Transilvania y quedó en segundo plano en la ofensiva del Eje en Rusia. El plan le salió bien hasta que Budapest comprendió que los aliados iban a ganar la guerra. Entonces, sondeó la posibilidad de cambiar de bando, pero lo hizo con tanta torpeza que Alemania interceptó sus comunicaciones con el Reino Unido e intervino. El antiguo aliado húngaro se convirtió en un estado títere de Berlín. Eichmann llegó a Budapest y el Partido de los Cruciflechados, el de los verdaderos nazis húngaros, formó Gobierno.

En los años de la ambigüedad, Hungría, a pesar de tener la legislación antisemita más antigua de Europa, se había convertido en un refugio para los judíos de toda Europa Central. Nadie había partido hacia los campos de concentración hasta ese año, no hubo guetos ni fusilamientos. Un oasis, hasta que el Reich entró en Budapest. "Alemania ya estaba derrotada, pero la maquinaria del Holocausto había llegado a su plenitud. El Reich, que había necesitado nueve años para eliminar a los judíos de Alemania, completó su trabajo en Hungría en dos meses", explica Martín Alarcón... "Gracias, también, al caldo de cultivo que existía entre los húngaros".

El heroísmo de Sanz Briz, explica su libro, consistió en entender ese proceso veloz, en interpretarlo con inteligencia para los intereses de España (que ya quería escenificar su desapego del Eje) y en encontrar una grieta del sistema por la que salvar unas cuantas vidas... Pocas o muchas, eso no importa.

¿Qué grieta? ¿Por qué transigieron los húngaros? ¿Por qué le dejaron que regalara pasaportes españoles a miles de judíos que con ellos se convertían en intocables? "La nueva Hungría buscaba desesperadamente reconocimiento internacional. España no se lo iba a dar en ningún caso, porque el Estado de los cruciflechados era grotesco, disgustaba incluso a los nazis. Pero Sanz Briz utilizó esa esperanza para conseguir tolerancia hacia su conducta". ¿Se la jugó personalmente? "Él no era Teresa de Calcuta, no iba a ver a os judíos a curarles las heridas y repartir comida. Tenía a otra gente que lo hacía. Pero cuando escondió judíos en la residencia oficial sí se la jugó. Podría haberse metido en un lío importante si lo hubieran descubierto".

Y ese farol, ¿fue una idea suya o lo pensó alguien en Madrid? "Fue suyo y fue, a la vez, una obra colectiva de otros diplomáticos que actuaron en la misma dirección. Rotta, el nuncio vaticano, Wallenberg, el sueco, Carl Lutz, el suizo...".

El ángel de Budapest explica la red de empleados, colaboradores, informadores y financiadores que le permitieron completar su misión. El chófer, el abogado, el casero, la secretaria, el hijo de la secretaria, el controvertido Perlasca (que se comportó noblemente pero, después, se atribuyó méritos que no eran suyos), el funcionario que se dejaba sobornar... "La familia de Sanz Briz dice que puso mucho dinero personal en sobornos. Parece que sí, había una fortuna familiar que desapareció, pero, claro, no hay recibos y nunca se podrá demostrar. Por eso, no incluí esa información en el libro". Todos los amigos se quedaron en Budapest cuidando de la 'obra' de Sanz Briz cuando el diplomático abandonó el país, en diciembre de 1944. El Ejército Rojo estaba a las puertas de Budapest y quedaba el peor trago de la guerra.

¿Es reprochable esa huida? "No. Era lo que había que hacer. Eran las órdenes de Madrid. España era un país hostil a la Unión Soviética y no se podía esperar a que llegara el Ejército Rojo y, entonces, entregar amablemente las llaves de la Embajada... Si a Wallenberg lo mataron, ¿qué no le habría ocurrido al representante de España? Sanz Briz debía aguantar hasta que cayese la ciudad. Cuando se fue, parecía cuestión de horas, pero hubo una contraofensiva y la agonía se alargó absurdamente dos meses".